Ondas de calor

Lamías con tanto deleite que nunca hubiera pensado en los condenados a muerte o saber siquiera que conocería semejante placer. Tu lengua ávida se deslizaba caliente y húmeda siguiendo el compás de mis suspiros ya casi en agonía. Mi pensamiento fue “si pudiera  elegir el placer de un solo momento, este sería el instante que escogería por el resto de mi vida” Ya no pude pensar con claridad. Mis piernas temblaban mientras nuestros cuerpos se movían en ondas, bailaban y giraban espasmódicamente en aquella danza antigua, del amor sin secretos,  en la confidencia más íntima de todas. La lluvia de sudor salado nos hacía abrir la boca y buscar como náufragos más allá de la marea de telas que se deslizaban por los muebles de la habitación. Afuera de la ventana  brillaba el néctar de la vida derramado por Hera, mientras adentro, la vida se nos escurría entre gemidos prolongados. Tu falo adentrándose, mientras nuestras lenguas se buscaban ansiosamente y mi piel cedía ante tus caricias ásperas pero gentiles. Nos agitamos como barcos en aquel lecho de amor siguiendo el río ígneo de nuestras venas, hasta que en el desmayo del placer giramos lado a lado para besarnos nuevamente y exhalar una última vez antes de desfallecer en el deleite y dejarnos llevar por el sopor. La noche había terminado cuando desperté con un frío desconocido: te habías ido de manera sigilosa de la misma forma en que llegaste cuando nos conocimos, en silencio y sin avisar. Dos días después lo supe. Fue inevitable. Aquella misma madrugada tus pasos estaban contados y no supiste dar una mejor despedida a tu vida que venir a mí aunque fuera una última vez.  No fui a tu funeral, pero te lloré cada día hasta hoy, en que daré descanso por fin a tu alma. Él está arriba, mejor dicho, estaba. Escucho el estallido, el que fuera nuestro cuarto de amor ahora se encuentra en llamas.