Anoche pensé en mis planes a futuro, mudarme y tener una casa con plantas, un trabajo decente, una vida feliz y tranquila. Ojalá este año sea el gran año, pensé antes de dormir muy ilusionada, pero hoy desperté y encendí la televisión, el canal de las noticias: A partir del primero de enero, el precio del gas subirá, la gasolina subirá lo que lleva a que el pasaje suba, la soda subirá. De inmediato pensé en la coca cola y el corazón se me estrujó. Me siento devastada, en menos de 24 horas se me quitaron las ganas de seguir respirando el asqueroso aire del área metropolitana de la CDMX. 

A mi edad, mis padres ya tenían una casa propia, un coche y dos hijos que iban a escuela privada. Mis únicos bienes son una computadora a la que no le sirve bien el teclado y un montón de libros que serán rematados cuando me muera. Mi generación es el meme de “Mamá, ¿¿¿me prestas $10 para unos Cheetos??? 😢”.

No tengo nada, no hay futuro. El mundo se acaba, pero el mundo siempre se está acabando. Estoy segura de que esta angustia por el futuro que vive en mi pecho existe desde que la historia inició. Estamos perdidos y siempre lo estaremos y un día alguien, en el año 2350 y en condiciones más desastrosas que las mías, reirá y dirá que mi generación la tenía muy fácil, que antes sí se podía vivir.

Foto de John Fowler en Unsplash
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Ciudad de México, 1994. Estudió Lengua y Literaturas hispánicas. Actualmente habita un limbo sin escuela y sin trabajo, con trámites de titulación pendientes y ansiedad en el pecho.

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