Los mapas siempre han estado íntimamente relacionados con las divisiones. ¿Para qué creamos mapas si no es para establecer límites? Esto de aquí es tuyo, esto de más allá es mío. A lo largo de la historia, las divisiones se han merecido un palco de honor. Es a través de ellas (sintetizadas en los mapas) que podemos ser testigos de la historia, no sólo mundial, también es posible ver detalladamente la historia de las sociedades.
En la Europa medieval, las ciudades se llamaban burgos –de ahí el término burgués–, donde se vivía en torno al castillo feudal. Fuera del burgo, los siervos y lacayos vivían hacinados. Después, en los siglos XV y XVI, los ghettos comenzaron a proliferar en las ciudades cristianas, separando a la judería del resto; siglos más tarde, los mismos judíos lo hacían por convicción propia. Y en el siglo XX, Hitler reunió a las juderías en ese añejo concepto. Del otro lado del charco, en EEUU, las poblaciones negras eran segregadas de la población blanca. Todos los ejemplos anteriores afectaron en las manchas urbanas y la cartografía.
¿Para qué irse tan lejos? México, la Nueva España: la organización social establece las repúblicas de españoles y las repúblicas de indios. Mientras más cerca se viva de la plaza mayor, es más elevado el estatuto social y económico. Otra vez, las poblaciones marginadas (no españolas o sin estatus económico) son expulsadas a la periferia.
Hoy en día, podemos ser testigos de estas divisiones. Nuestra capital, es un claro ejemplo; tan ecléctica, tan hermosa, y tan contrastante. Podemos ver en la misma demarcación (Miguel Hidalgo) las colonias más popof (Polanco) y entre las más descuidadas (La Obrera). Santa Fe, bastión del lujo, de la riqueza y derroche, no está muy lejos del viejo Barrio de Santa Fe, muy distinto al primero. Inmortalizados por una foto de Oscar Ruiz donde se ve el muro que los separa.
Las divisiones existen, es algo muy humano, sea por raza, religión, procedencia, y es visible en los mapas.
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