En sus esquinas bohemias se cantan poemas,
en sus avenidas agotadas continúa el eco del jazz,
en su centro la gente se enfada y se ríe de su propio hartazgo,
y entre todas las manos que trabajan, humildes,
siempre se engendran las sonrisas, las soluciones
a cada desgracia.
Los museos, monumentos y kioskos maltratados
se esfuerzan en obsequiarnos el regalo de la luz,
siempre presente y a veces ignorada.
El amor son las flores que esta ciudad compromete,
porque en los kioskos se baila,
en las plazas se besa,
en los trenes y camiones se ayuda,
en las esquinas los jóvenes se despiden con besos
frescos para el sol de la tarde,
y en las casas abundan siempre las cazuelas de barro
por cuyos sabores se sonríe
con salsa en las comisuras.
Y en cada rincón donde los pobres hombres solo observan la basura
hay más ojos mirando el florecer de nuestra cultura.
Solidaridad,
amabilidad,
lucha,
esperanza,
y disfrute,
las hojas de cada pétalo
entre los hijos de su sagrada madre Guadalupe.
Ella sigue en pie por cada uno de sus hijos,
para callarles el hambre,
para mimarles su esfuerzo,
para encontrarlos,
o para enseñarles a ignorar el ladrido
de los pobres hombres que juegan al poder
y la respuesta de quienes los escuchan.
Es mejor acariciar
a los perros callejeros nocturnos
entre unos buenos tacos,
para que cuando vuelva a amanecer
sea una pasión la que nos levante,
como la Virgen a Juan Diego,
y así seas tú también
una jacaranda que florece con el sol
en la belleza de esta ciudad.
14 de abril Guadalajara, Jalisco, México.
Foto de Another Believer, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons