El fervor que nace de la ilusión. Varitas, capas y palabras mágicas. De niños, nos aferramos a creer plenamente en la magia, incapaces de conocer las limitaciones del mundo; el mago es aquel que logra romper las barreras entre la realidad y la ensoñación.
Resulta casi enternecedor recordar esos días. En las fiestas infantiles el asombro colmaba la habitación con cada truco, con esa inocencia añorada que nos hacía creer en dragones, princesas y hechiceros. Bajo nuestra mirada, lo imposible tomaba forma; nos encontrábamos completamente convencidos de la veracidad del espectáculo.
¿Cuándo perdemos esa convicción? Los años pasan y observamos detrás de la cortina; el conejo oculto y las cartas manipuladas pierden su brillo. El mundo se vuelve un poco tenue al darse cuenta de ello, el cinismo se apodera de nosotros y recordamos amargamente el engaño y la inocencia de aceptar firmemente una fantasía.
Sin embargo, hay veces que nos encontramos dispuestos a caer en esa ilusión de nuevo. Necesitamos creer en algo, nos aferramos al deseo de que algún día nuestras vivencias tengan algún sentido, algún propósito de ser. Las creencias toman diferentes formas y evolucionan con el tiempo. Más que nunca, en un panorama desolador, necesitamos la promesa del futuro; cerrar los ojos y confiar en que habrá un mañana con un poco de magia.
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