Coqueta, poeta y profeta

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La magia surge cuando miras al abismo; el abismo devuelve siempre la mirada. Busco el camino en la oscuridad de los sueños porque el futuro está siempre encriptado. Esta vez, el algoritmo me brindó una parte de la receta para navegar entre la lobreguez de las profundidades oníricas; la canción que comenzó a sonar de entre las 30 millones de opciones del catálogo abrió una cerradura oxidada que no había podido destrabar ni siquiera la explicación de René Garduño sobre la inexactitud de los horóscopos debida a la precesión de los equinoccios.

Los susurros rítmicos de Tessa en la madrugada materializaron musicalmente los ingredientes necesarios: mi agenda y mis sueños plagados de rituales. “Coqueta, poeta y profeta”, cantaba ella aparentemente sumergida en un estanque de nenúfares; su voz iba y venía entre rap y rezos. Tengo claros los ingredientes de mi alquimia, pero para el procedimiento me valdré de una tirada bibliomántica. 

Ingredientes:
Para coquetear con el más allá y acceder a su conocimiento antiguo

  • Soñar con una danza alrededor de un círculo de fuego que transmute el oxígeno en sabiduría.

Para volver materia la metáfora de un poema y obtener lluvia en el proceso:

  •  Subir una montaña sagrada de más de 4000 metros de altura sobre el nivel del mar y alimentar las nubes que ahí nacen.

Para ensayar el poder de un profeta

  • Leerle el tarot a una bruja.

Procedimiento:

Valgámonos de una tirada bibliomántica de El Padre Eterno, Satanás y Juanito García: 

    “¡Admirable, muchacho! ¡Eres un águila descalza! Ahora, sírvenos un poco de vino en la biblioteca donde vamos a descansar. Mañana te mandaré la guardia”.




Foto de Marko Horvat en Unsplash