En sentido estricto

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Camino a su casa, hubo algo que llamó su atención. Y fue que el cartel rezaba: “Porque ninguno de nuestros empleados tiene la necesidad de usar un cubrebocas. Ésa es nuestra garantía contra el COVID”. Y decidió que quería trabajar para esa empresa.
         Le costó mucho trabajo dar con ella. Verdaderamente le costó. Todo aquél con quien hablaba parecía no saber nada, no pudo encontrar números telefónicos, páginas útiles de internet o cualquier otra cosa que lo llevara a la misteriosa empresa que no requería cubrebocas, porque sus medidas eran perfectas.
         Al final, dio con alguien que resolvió sus dudas y le aclaró la situación. Acudió al gerente de la empresa para su alcaldía, consiguió una cita con él y presentó su currículum.
         —Es usted la persona número veintitrés que viene por el anuncio. Realmente no buscamos empleados, buscamos dar a conocer el nivel de sanitización que manejamos. Y no, creo que hemos generado más malos entendidos que cualquier otra cosa. Mire, joven, digo que no necesitamos cubrebocas en empleados porque no tenemos empleados, así de sencillo. Todos los procesos los hacemos con máquinas. Es cierto, hay alguno que otro técnico encargado de reparación, pero la empresa no lo contrata de manera fija, así que la publicidad, en sentido estricto, no está mintiendo. Que tenga un excelente día.
         La computadora al frente suyo se apagó, y acto seguido unas letras iluminaron la pantalla. “Puede retirarse”, decía. Y en la esquina inferior derecha, yacía el logo de la empresa.
         Al salir, un dispensador automático dejó caer un poco de gel antibacterial sobre su mano. Luego, las puertas se cerraron, sin nadie que las empujara. En la calle, se sintió estúpido por no llevar cubrebocas. Tuvo que comprar uno en el puesto más próximo que encontró. Se sentía desnudo.
         La próxima vez que oyó hablar de la empresa, ésta lideraba el mercado.

Foto de David Levêque en Unsplash