¡Salta, salta!, salta, mi tierra,
Que con la bendición de papá, ah, ah, ay, ay,
Darás el fruto, darás el pan, pa’ que no me peguen más,
Que al calabozo le temo yo,
Mira, mi madre, que con el río no duermo na’.
Trabajo tanto y sin parar pero mi vida conservo hoy.
                               “El canto de la esclavitud” 

En esta hacienda cacaotera de la región caribeña habitan esclavos procedentes de África, Cuba, Colombia, Jamaica, Haití y República Dominicana. Entre ellos se encuentran mujeres y hombres, pero también niños y ancianos.

Fue aquí donde conocí a la negra de mis ojos, quien pintaría mis días grises con destellos coloridos y convertiría mi sufrible existencia en una vida extraordinaria. La negra en que pienso para aguantar los furiosos latigazos.

A ella escribo esta canción, lejos de los ojos del capataz para mantener a salvo nuestro amor.

Negra mía, sé que estás cansada y no puedes
descansar.
Negra mía, mira que tu piel con sal no va a sanar,
tus pies sangrientos dan vida por donde van.
Cuando el rocío del agua alcanza tu piel, no logra
asimilar tanta belleza, que se escurre en un vaivén
de pasiones.
Negra mía, cómo te hago entender que somos libres
por derecho y esclavos por decreto. Tantas llagas
que el tiempo no sabe curar.
Ah, pero cómo me encanta verte bailar bajo la
sombra de la luna llena, tienes azúcar, tienes
tumbao.
Tu sonrisa como el mar, un misterio absoluto. Te
veo y te disfruto de lejos, porque mi corazón de
luto ya harto está.
Sólo quiero pasar mi vejez a tu lado y más que
temerle a la muerte,  temo en quién te
puedas convertir al morirme yo

Foto de Jazelle Henryen Flickr
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Veracruzana de corazón, joven estudiante con mente creativa y alma poeta. Por está justa razón escribo; por qué cada sentimiento que de mi florece, nace de mil emociones que inundan mi cuerpo día con día. Y si me preguntan qué hago hoy, responderé: ¡todo lo que no hice ayer!