Escucho que muchas mujeres se nombran feministas, veo cada año a más madres, jóvenes y niñas marchando el 8M y me pregunto ¿cómo llegaron a formar parte de esta nueva ola? 

Cuando platico con mis amigas de cómo nos acercamos al feminismo, las respuestas son muy diferentes, aunque coincidimos en algo: el hartazgo. 

Algunas están hartas del machismo en sus casas; otras, cansadas de tener miedo por el acoso; están las que han vivido violencia psicológica en sus relaciones y temían porque ésta se transformara en golpes. Recuerdo a una en especial, interesada en el movimiento por su hija. Me dijo que nunca le había resonado hasta que empezó a pensar en el futuro de su pequeña, era como si una venda cayera de sus ojos y lo que probablemente había normalizado toda su vida ahora era visible. Quería igualdad de oportunidades para su hija y, sobre todo, que estuviera segura. 

No me parece raro que muchas de las mujeres que nos acercamos al feminismo lo hacemos tras salir de una situación límite, aunque en la actualidad hay formas más “amables” de acercarse.

En lo personal, acepto que hay formas muy accesibles de aproximarse al movimiento, ya sea por difusión, oportunidad de recursos o cualquier otra. Pero no puedo dejar de concebir como un discurso vacío el que está detrás de las playeras de Bershka o el de la película Barbie, por poner un par de ejemplos. El feminismo se ha vuelto una cuota que el capital cubre; es un medio de consumo para ciertas personas, lo cual me parece preocupante, ya que banaliza la lucha. 

Me pregunto ¿cómo puede ser feminista una playera fabricada por personas en condiciones de explotación? Exactamente lo mismo con la muñeca de Mattel que, además, cuando no fue suficiente reforzar los estereotipos femeninos comenzó a simular un activismo en cada movimiento social importante.1

El feminismo sí es para todos, como lo proponen Bell Hooks y Chimamanda Ngozi: es necesario abrazar los feminismos con crítica, hacerlos radicales, es decir, que vengan de la raíz; que busquen el bien común y en comunidad, que no se encapsulen en privilegios, que se cuestionen a cada momento.

  1. Barbosa, A. (2018). Barbie, un estereotipo tóxico. Itaca. ↩︎
Dibujo de la autora
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