El ojo entrecerrado del perro

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Camino. Junto a mí hay un lago. Son las cinco de la tarde del 22 de julio de 2020. Soy Alfonso y nací en el mes sexto del año 1997. Mis padres: Julio Ortiz y Beatriz Ocampo. Mi equipo: el América. Aficionado de los paseos en moto y de coleccionar monedas antiguas… 

         Me detengo. Siento que estoy a punto de recordar algo, de tener una gran revelación. Es sólo un presentimiento. Algo como cuando, en el Apocalipsis, se lee que los cielos se abrirán y Dios descenderá de ellos. Así, sólo que se expresa distinto. Lo siento en colores, en negro, en blanco y rojo. Se mezclan y crean una textura brumosa. Creo que lo estoy recordando. Debió ocurrir hoy, de mañana, cuando el ronquido del perro y su respiración caían sobre mi brazo. Sí, lo recuerdo. Justo (ahí, ahí) en ese instante preciso: mi mirada cruza con lo negro, lo blanco y lo rojo que, dentro del ojo entrecerrado del perro, se mezclan. Sólo miro un instante. Luego, sin más, me levanto de la cama para preparar café. 

         Camino. Nací en el mes sexto de 1997. Soy Alfonso. Americanista como ningún otro. “Estoy contigo oye mi corazón… No te detengas, tú serás el campeón”. Mi sueño: hacer motocross algún día… 

         Pero por qué necesito repetírmelo. Si ya lo sé. Si yo soy yo. Por qué no puedo caminar sin más: siendo Alfonso. Además, lo digo y me siento recitar automáticamente, sin naturalidad, como cuando preguntan ¿2 por 2? y se responde 4. ¿Por qué? Diré una vez más quién soy, con la esperanza de que… ¡Necesito recordar! Hacer mía la revelación. Pero de nuevo, esa textura brumosa del ojo entreabierto del perro aparece. Lo siento: me siento en sus colores. ¿Qué quiere decir? ¿Será acaso esa la revelación? ¿Acaso aprendí que soy el que soy al mirar esta mañana el ojo entrecerrado del perro? ¿Antes de ello qué…? ¡No puedo recordar! Camino soy Alfonso…

Imagen de anneheathen