Una vez leí en el portal de la Unesco que la canción Dynamite del grupo surcoreano BTS fue un éxito en agosto de 2020 y aportó más de 1400 millones de dólares a la economía de su país, pero ¿cómo es que este boom permeó en la vida de personas que no teníamos contacto con la cultura asiática?

Cuando leí esto recordé a Hegel y su percepción del hombre como un ente biopsicosocial; nos hablaba de la importancia de las relaciones sociales como parte de la dinámica de salud.

Gracias al distanciamiento social, derivado de la pandemia por COVID, pudimos darnos cuenta del peso que tiene la vida social en nuestro desarrollo. Esto nos obligó a interactuar de nuevas formas; las videollamadas se convirtieron en parte de la cotidianidad, por ejemplo.

En los últimos años, las relaciones por medios digitales han ido en aumento. Hoy en día, el desarrollar sentimientos por alguien que no está físicamente presente no nos debería sorprender. Si bien el contacto físico es importante, no resulta indispensable para poder generar vínculos afectivos. 

Una de las características de la industria del k-pop es la interacción por medios digitales con el fandom, los lives donde los idols muestran su cotidianidad, o las aplicaciones de paga donde puedes enviarles mensajes directos. Esto no es extraordinario, pues Corea del Sur cuenta con una conectividad a internet accesible para el 95% de sus habitantes. Además, se involucra el factor emocional, como el uso de palabras cariñosas entre idols y fandom: llamarse “cariño”, “esposa”, incluso dinámicas donde los ídolos demuestran celos hacia sus fans; la existencia de eventos para conocer a tus ídolos, entregarles regalos, recibirlos de ellos y convivir directamente hace que la experiencia del mundo del k-pop luzca como un cuento en el que la esperanza se convierte en una promesa, más allá de las pantallas y el fanatismo.      

Este juego dinámico que envuelve sentimientos y emociones no deja de ser marketing para lograr objetivos específicos: posicionarse en los primeros puestos de programas musicales y ventas de CDs, mercancías, conciertos, entre mil cosas más.

Dentro de los grupos de conversación entre consumidores de k-pop se habla de miles de teorías alrededor de esta industria. Una de ellas es que los idols toman clases para poder “moldear” su personalidad. Saber que todo lo que dicen y hacen podría deberse a cuestiones de interés le quita magia al sentimiento de enamoramiento espontáneo que tienes hacía tu ídolo favorito. 

Si bien la industria musical siempre ha utilizado la emocionalidad para poder lograr sus objetivos, el k-pop potenció esta situación. Por eso, no resulta sorprendente que cuando la mayoría del mundo vivía un distanciamiento obligatorio que nos hizo anhelar el contacto, las palabras de amor y la necesidad de sentir conexión con alguien, el k-pop tuviera un crecimiento tan grande. 

Más allá de los gustos musicales y de las grandes producciones, el k-pop nos recordó que solo queremos que nos apapachen. 

Foto de Cait Ellis en Unsplash
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Soy licenciada en Psicología por parte de la UNAM, con un gusto por el k-pop recién descubierto.