La palabra <<desvocado>> nace de la fusión entre “caballo desbocado”, -ese perder el control- y “vocación”, -el llamado interno hacia lo que amamos hacer.
Este neologismo retrata una realidad que cada vez es más común: profesionistas que abandonan forzosamente su campo de estudio persiguiendo mejores oportunidades laborales.
El fenómeno surge de un mercado laboral cada vez más volátil, donde los salarios insuficientes, los empleos inestables y las escasas oportunidades de desarrollo profesional obligan a muchos a descarrilar de su vocación. En este contexto, aunque se exaltan conceptos como vocación y meritocracia, rara vez se traducen en mejores condiciones y oportunidades de crecimiento.
En nuestro camino profesional, inevitablemente nos cruzamos con colegas “desvocados”: personas talentosas que, pese a buscar mejores oportunidades, dudan en dar el salto por temor a perder su empleo actual o enfrentar nuevas decepciones. Los profesionales se “desvocan” cuando la insatisfacción con sus responsabilidades, salario y prestaciones los atrapa en una inercia laboral. Mientras tanto, la vocación se mantiene como un concepto idealizado, donde los empleadores celebran esta resignación, convirtiendo el conformismo de sus trabajadores en el ejemplo perfecto de su discurso meritocrático.
El trabajo “afín” ha permitido a muchos profesionales adquirir experiencia para acceder a mejores puestos. Sin embargo, esta flexibilidad raramente permite desarrollar una verdadera especialidad, limitándose a complementar conocimientos básicos en la práctica. ¿Es censurable buscar un equilibrio entre nuestra pasión profesional y un salario digno? ¿Realmente ejercemos nuestra profesión o somos solo piezas reemplazables en una maquinaria laboral que avanza sin detenerse? Al final, como suelen recordarnos, “nadie es indispensable”.
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