Bajo el palo fierro el tuerto erigió
a Asclepio un templo para así curar
a su ojo de su mal, pero en lugar
de rezar, otra cosa le ofreció
al dios. Por cuarenta noches durmió
solo en el monte, lejos del juzgar
de su gente, y soñó. Vio manar
la sangre a chorros donde cumplió
la madre su condena desgarrando
el vientre de la tierra. Las serpientes
rojas, verdes y amarillas danzando
hasta penetrar en su ojo ausente.
El hombre se vio tendido soñando.
Y en su cuenca la luz
¡incandescente…!