Por ignorar la firme felicidad de árbol
estamos entre el ebrio rosal
de rasgado aluminio colorido
sin haberle probado ni un pétalo.
Sin embargo,
su aroma de paraíso maltratado
nos seduce la mente:
después que la matamos
con delirante sed
nos casa la flor metálica.
Nos miramos.
Allá en el fondo muerto de los ojos
se asoma nuestro futuro jardín de alcohol.