Vivían en poblados libres
los hijos de la tierra,
ellos, ellas, eran como nosotros, nosotras,
compartían los mismos dolores de la tierra,
cada generación vivía su revolución,
sin la pretensión de imponer su homogeneidad,
escuchaban y miraban al otro que, distinto y diferente,
tenía la misma vocación de justicia.
En su diversidad está su libertad,
son declaradores de la vida;
ellos, ellas, viven entre la selva,
junto a un lago,
dentro de un bosque,
en la montaña,
en el desierto,
nunca están en el mismo lugar,
pero continúan en la misma lucha
construyendo un paraíso de flores,
un hogar de pertenencia
donde se pueda recrear una vida distinta
en el que eligen libremente sobre su cuerpo.
Ellos, ellas, son los guardianes de barro;
de sus pies brotan los ríos salvajes,
de sus manos crecen las semillas,
los frutos, los granos,
de sus voces nacen los versos de poeta
que vuelan como mariposa,
sus colores son rojo y negro.
Ellos, ellas, han defendido la tierra,
en todas partes y a todas horas,
por quinientos años han sido despojados, despojadas,
de sus comunidades, ellos, ellas,
han sido asesinados, asesinadas,
o terminaban desaparecidos, desaparecidas.
Ellos, ellas, son nuestras raíces, nuestras lenguas,
nuestras comunidades.