En el siglo XVIII, en Europa, los filósofos discutían temas como la legitimidad de la conciencia. Una de las preguntas eje era la siguiente: ¿cómo corroborar que yo soy yo y no otra persona? Es decir, ¿cuál es la condición que me afirma necesariamente como yo mismo en vez de ser un ente programado por computadora o un autómata?

René Descartes, el famoso filósofo francés autor de las Meditaciones Metafísicas, ofrece dos “exámenes de conciencia”, que pueden sernos útiles cuando tengamos crisis existenciales que nos lleven al punto de cuestionarnos si existimos siquiera. 

Si de pronto nos ponemos escépticos y comenzamos a dudar de todo, podemos recordar lo que este filósofo hizo y hasta dónde llegó con sus cuestionamientos. Descartes se vio motivado por alcanzar un conocimiento sólido, pero se daba cuenta de que sus sentidos lo engañaban. Podemos pensar en algunos ejemplos, como las alucinaciones visuales: ¿no es verdad que cuando hace calor observamos a lo lejos sobre el pavimento un oasis imaginario? ¿O que caemos en ilusiones ópticas que nos engañan sobre la profundidad de los objetos y vemos puntos de colores donde no los hay?

Descartes lo tenía en cuenta, pero de pronto llegó a una unidad lógica indisoluble: por fin un objeto digno del conocimiento. Llegó al “yo soy”. Al yo. Descartes pensaba lo siguiente: si todo lo que se encuentra fuera de mí me puede engañar, debo dudar de ello. Pero hay algo sobre lo cual nadie me puede engañar, y es que yo pienso. Nadie puede negarme que pienso mientras pienso. 

Pensémoslo. Probablemente el único acto que pueda considerarse legítimamente verdadero sea el de pensar, ¿quién nos puede quitar esa facultad? ¿Siquiera es posible falsearla? Así que, por lo menos, nuestra consciencia es nuestra, segura y verdadera, inamovible. 

Pero, ¿el otro es un humano? ¿Cómo puedo asegurarme de que lo es y no es, por ejemplo, un autómata? Un ser humano puede considerarse una máquina perfecta, pues sus órganos y todo su interior cumplen funciones cual engranajes para hacernos vivir (o funcionar, según se vea). Descartes nos ayuda de nuevo: un autómata no sería capaz de seguir un diálogo racional, pues no podría pensar, a menos que fuera implantado o por casualidad. Lo que hace humano a un humano, según Descartes, es que su alma le brinda la posibilidad de razonar. Un autómata no razona. Y como al hablar con humanos observamos que lo que nos contesta el otro es racional y parece no ser un diálogo implantado, tendremos que confiar en que, efectivamente, es un ser humano. 

Imagen de Kohji Asakawa en Pixabay
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Nací en la Ciudad de México, el día 30 de noviembre del 2001. Estoy a nada de acabar la carrera de filosofía en la UNAM. Me interesa todo lo que sea abstracto e incite al pensamiento. Escribo desde mi rincón en el edificio, mirando el cielo.