Me encontraron preguntando hace unas semanas por ellos. Nada lo había provocado, nada de lo que tuviera consciencia: llegaron desde las aguas que la mayor parte del tiempo solo son rumor de goteo inverso. Del efervescer reventó un solitario silbido, un llamado buscando compañía emitido por el único sobreviviente de toda una especie.
Me llamaron. A través de uno, todos me llamaron. Caminaron arrugando tiempo y aire hasta tocar mis oídos. Y mis lágrimas abrieron, pues sabían, sabían que morían; y en la presencia que erige catedrales en honor de lo fácilmente olvidable, la memoria que con rizoma emoción resguarda en sinapse y tinta lo que desde algún momento y hasta el cese habita en su corazón… quizás podrían morir más lentamente, hasta que el inevitable olvido e incesante desbaratamiento de todo movimiento, junto a aquello que genera el dolor de su pérdida, les expriman todo rastro de existencia.