Estamos en 2005. La compañía estadounidense Embajada Lunar, fundada en 1980 por Denis Hope, estafó a 39 ciudadanos chinos, vendiéndoles terrenos en la Luna ¡con título de posesión! Entre otras cosas este título permite a los chinos hacer excavaciones lunares con una profundidad de 3 kilómetros.

Por otra parte, Richard Westfall, empresario de Industrias de Minería Galáctica, propone, llevando a la vida real la historia de El Principito, el concepto legal que otorgue títulos de propiedad sobre los asteroides. El nombre es “teleposesión”.

Los dos ejemplos anteriores hacen surgir la pregunta: el espacio ¿le pertenece a alguien?

Viajemos cincuenta años atrás. Debido al auge de la carrera espacial en 1967, EUA, Reino Unido y la Unión Soviética firman el tratado en donde se asientan los principios básicos para un buen uso del espacio ultraterrestre. En 2015 el tratado fue firmado por 103 países. Estos acuerdos prohíben, por ejemplo, poner armas en cuerpos celestes, que se consideran patrimonio de la humanidad. Ahora bien ¿por qué se necesita un tratado de este tipo?, ¿en verdad se necesita? De acuerdo con los expertos, en 2030 la humanidad podrá ir rumbo a Marte; también se acerca la posibilidad del turismo espacial; cada vez existen más satélites artificiales, etc. Todas estas implicaciones atañen a toda la humanidad y hace surgir la necesidad de acuerdos entre los países.

Por otra parte, los países son iguales y el patrimonio es de todos —en teoría—, pero en la práctica siempre está latente la posibilidad de que factores militares, económicos o políticos hagan que ciertos países impongan sus intereses y “salten” el acuerdo. Ejemplifiquemos lo anterior. Los recursos naturales del espacio cobran cada vez más interés entre los Estados. Depósitos de agua, hidrógeno, combustibles y otro tipo de recursos son importantes desde el punto de vista político-económico. ¿Qué nos hace pensar que los podemos explotar? ¿Quién percibirá los beneficios? Sin duda, este afán de colonización y explotación podría exportar daños como los que ya hemos infringido a la Tierra.

Considero que antes de mirar hacia otros cuerpos espaciales, debemos usar responsablemente los recursos que nos ofrece la Tierra.

Aunque este tópico arroja más preguntas que respuestas considero que en definitiva nadie es —ni debe— ser el dueño del espacio ni tampoco puede reclamarlo.

 

[Iván de Jesús Arellano Palma estudia la Maestría en bioinformática en y biología de sistemas Universidad Nacional de Quilmes en la Argentina. Tiene 24 años.]

Foto de Bryan Goff en Unsplash
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