“A la una… A las dos… A las tres… ¡Vendido!”

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Hoy llegué tarde al trabajo porque hice una parada para comprar mi café de Starbucks. Tardaron una eternidad como siempre, pero no podía empezar el día sin mi café.

Ya en la oficina, fingí trabajar todo el tiempo mientras buscaba alguna oferta interesante en Amazon. Me apareció la sugerencia de unos tenis Nike para correr, preciosos. Yo no corro, pero los compré porque seguro se me verán bien.

Salí de la oficina y pedí un Uber. El tipo me atendió bastante mal, pero no importa, ya me lo cobraría al darle sus estrellas.

Cuando llegué a casa moría de hambre, así que salí a buscar algo de comer.

Me crucé con el carrito de las papas. Se me antojaron, pero esas cosas están llenas de bacterias.

Seguí caminando, hambriento, hasta que pasé frente a una tienda. Recordé el carrito de las papas y lo maldije por antojármelas. Entré y agarré una enorme bolsa de Sabritas llena de aire y unas pocas papas. “¿No tiene Coca?”, le pregunté al dependiente. “Ya se me acabó, joven. Pero tengo Pepsi”, me respondió. ¿Pepsi? Ugh… Dejé las papas y fui al Oxxo.

Llegué a casa y acabé con mis papas y mi Coca mientras veía Facebook en mi iPhone X. Seguía teniendo mucha hambre, pero apenas si me quedaba dinero para terminar la semana, así que mejor me fui a dormir. No iba a sacrificar mi café de mañana…

Hoy, todas las grandes marcas están tan seguras de su poder sobre nosotros, que saben cuánto van a ganar, incluso antes de empezar a vender. Ya no importa si lo que nos ofrecen es bueno, útil o necesario, pues ellos saben perfectamente quiénes somos, y ya han decidido por nosotros. Aunque, pensándolo bien, quizás eso no sea tan malo como parece. ¿Verdad, Siri?

[Michel M. Merino es estudiante en Psicología]

Foto de Viki Mohamad en Unsplash