Cuando se mecen en la época más calurosa del año, las aguas del río Yeniséi pueden, muy bien, engañarlo. Le traen memorias de una brisa fresca y juguetona que se place en chocar contra rostros alegres de mayores y niños. Por unos segundos —cuando el hombre aprieta bien los párpados— se siente en Managua, otra vez.
No sabe bien si es la mezcla de sonidos dulces y rasposos —propios del lenguaje de los lugareños— o si es la presencia de un dolor renovado lo que lo obliga a despertar súbitamente. Regresa entonces aquí, a su ahora, a esta tierra que sigue tratándolo como ajeno.
Han pasado diez años desde su llegada a Rusia (febrero de 1987), lo recuerda bien. Y si en aquel momento sintió que podía besar el suelo de la utopía, le bastó una semana para poner en duda los motivos que lo llevaron a las listas del Frente de Liberación Nacional. Por siete días —¿cómo pudo tardar tanto?— creyó cierta la misión de instruirse en educación socialista con la esperanza de llevarla a su cálida Nicaragua.
Si cierta madrugada de severo invierno no la hubiera pasado bajo la piel de una hermosa ledi (леди), la muerte lo habría encontrado enroscado en el rincón más oscuro del cuartucho aquel que la alianza Frente-URSS había dispuesto, víctima de una falla “accidental” en el sistema térmico del departamento.
Movido por la incredulidad, buscó ayuda en ambos lados del mundo y no pudo hallar más que la certeza cruel de ser un exiliado. ¿Quién iba a imaginar que aquéllos por los que él hubiera dado la vida (una y mil veces) lo mandarían aquí a morir lejos?
En tardes como ésta, cuando el ex combatiente Romero sueña con la tierra sandinista no puede evitar un dejo de ironía. ¡Pobres! La podrida y ya diseminada URSS, el corrupto Frente, la guerrilla y sus exiliados. Todos han caído en una trampa vieja: creer en la existencia de un mañana que los justificará. Pero bajo la ilusión perfecta del camino del progreso, nunca será el día de hoy el momento oportuno para actuar. Habrá que esperar a que llegue el verdadero comunismo (porque éste fue sólo un remedo), a la transformación de partidos, o a la indulgencia de la amnistía. Según la lógica de ese proceso, en favor de un futuro mejor, se debe aplazar la acción inmediata. Y si algo sabe hacer muy bien este sistema es perpetuar el estado actual de las cosas; congelar el tiempo y la memoria, así como se congelan las aguas del río Yeniséi en invierno.
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