Romper la piel

La construcción de un físico ideal se ha convertido en un mito anclado en cánones estéticos a veces inasequibles, derivados de los imponentes físicos esculpidos por los griegos y los romanos en su representación de los Dioses. Musculatura abultada, pero delicadamente proporcionada, así como gesto adusto creaban un aura semi divina que separaba esas atractivas estampas de fuerza y dramatismo físico de los cuerpos terrenales. Sin embargo, a través del gradual crecimiento que tuvo el fisicoculturismo a inicios del siglo pasado, la brecha entre semi dioses y hombres, cuando menos en el plano físico, parecía haberse reducido.

¿Qué motiva la búsqueda de la perfección física? El solemne silencio del ecléctico grupo de fisicoculturistas y un luchador/strongman de Ta peau si lisse, el más reciente documental del cineasta canadiense Denis Coté parece no poner una respuesta en palabras, sino en imágenes que transmiten una directriz clara: ser más fuerte, ser más grande. En sus Mitologías, el semiólogo Roland Barthes, al diseccionar el espectáculo de la lucha libre, protagonizado por auténticos colosos humanos, decía que un mito cultural se crea únicamente a partir del exceso, un ir más allá de sí mismo para obtener sentido.

Estos hombres buscan trascender una gris existencia que toma sentido en la contemplación, el asombro, la competitividad o la envidia que su excesiva dedicación al perfeccionamiento y tonificación de sus cuerpos manifiesta a través de la constante tensión entre carne y piel, una amenazando constantemente con romper la otra. Como en Bestiario (2012), uno de sus documentales previos, Coté pone la cámara a contemplar la rutina de estos hombres, en sus roles de riguroso entrenador, afectuoso padre, coach de poses y balance neuronal o como objetos de estudio anatómico o estético. Para Coté, primero esta el registro como representación y a partir de ahí la manipulación de sus sujetos para expresar su visión de los mismos.

Contando como antecedente con la opera prima del titán Werner Herzog, Herakles (1962), en donde los ejercicios de tonificación muscular de un fisicoculturista son cuestionados e ironizados a través del montaje que se hace de estas imágenes intercalado con crudo material gráfico de guerra y violencia, la película de Coté se contextualiza por los tiempos contemporáneos y el sistema ideológico que fetichiza estos cuerpos como la manifestación gráfica de un valor intrínsecamente capitalista: el excepcionalismo o la creencia de superioridad basada en principios sociales, económicos o físicos.

Ya desde el auge neoliberal a finales de los 80 y con la celebración chauvinista de los físicos de Stallone, Schwarzenegger o Dundgren, la estampa muscular se convirtió en un prototipo estético que a través de la intimidación y la bravuconería impondría una nueva lógica al cuerpo humano: la desaparición de los límites para crecer. De repente, el cuerpo se podía trascender a sí mismo y crecer con la misma voracidad y frenético ritmo que la economía de libre mercado, pero la disciplina y ética del culturista como deportista se vería rebasada por mecanismos ilícitos para obtener tales ganancias, algo que no se toca, ni por asomo, en Ta peau si lisse.

Coté hace uso de algunos montajes con sus sujetos —como una escena en un gimnasio en la que dos hombres intercambian suspicaces y desconfiadas miradas— para enfatizar ideas respecto al fisicoculturismo, particularmente como una actividad impulsada por feroz competencia y distorsionada ambición, mismos valores centrales que empujan la más devastadora mentalidad capitalista, con la que el fisicoculturismo comparte la voracidad y competitividad, pero que ennoblece y enaltece cierto sentido de hermandad.

“Subir limpio” es la impronta del fisicoculturista que no hace uso de sustancias ilegales para alcanzar los excepcionales grados de volumen y estética que se pueden apreciar en las competencias, pero recurrir a las mismas en la actualidad se convierte en algo indispensable para ganar. Es aquí donde se manifiesta la toxicidad de la mentalidad socioeconómica reinante en el deporte, sometiendo al cuerpo a atroces consecuencias por “un momento de gloria”, lo que lleva a una obsesiva persecución de lo efímero y su captura en fotografías y videos y derrotar al otro en base a un escudo de vascularizado orgullo.

En su documental, Cote no muestra a sus protagonistas como simples narcisistas más que como rigurosos artesanos del cuerpo y desafiantes de los límites del mismo pero manteniendo un silente sentido de nobleza y dignidad que es propio de los mejores gladiadores y cuya declaración más contundente se da a través de su imponente presencia y adusto gesto en la que el único credo es la admiración del cuerpo y desgastar hasta casi destruir la piel, ambición de los que en la tierra quieren ser vistos como dioses.

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