La maldad tiene un componente natural que se concibe como un acercamiento al estado primigenio del ser humano, pues este vela por el interés propio antes que por el de los demás. Este componente natural se extiende al primer acercamiento de la idea, ya que es el auge de instituciones morales, sociales y religiosas lo que modifica la compresión de la maldad en la búsqueda de quién es virtuoso y quién es perverso. Pero, ¿cuál es el carácter perverso de la maldad?
Esta idea constituye un cambio de paradigma sobre la maldad como algo natural del ser humano, puesto que, si se habla de su componente moral, deja de ser natural y se integra a los aspectos que condicionan a la humanidad, la cual bajo visiones construidas de la moralidad busca destacar quién puede llegar a ser virtuoso y quién no.
Este carácter condicionante revela que existen instituciones sociales que constituyen qué es la maldad. Estas instituciones son las que perpetúan y replican el paradigma dicotómico del modelo del sujeto malo y el sujeto virtuoso, con base en la construcción social de la moralidad y de los prefectos impuestos por las normativas, dependiendo de su tiempo.
Planteamientos y normativas como los siete pecados capitales son herramientas condicionantes con los que la maldad queda atada bajo reglas y normativas constantes, las cuales condicionan a la población bajo la idea de un comportamiento virtuoso. Por lo tanto, se considera que aquellos que son bondadosos por no sucumbir a su condición de malo, son puros, y de esta forma se estipulan líneas de comportamiento para la sociedad en general a través de la idea de la perversión.
De esta manera tanto la maldad como la bondad se determinan como herramientas que la sociedad e instituciones de carácter religioso y moral imponen, para que a través de la dicotomía bondad-maldad las personas tengan un comportamiento aceptable ante estas reglas que se ejercen dentro de la sociedad y así no perecer ante lo perverso.
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