Me he sentido a la deriva
tantas veces
pero ninguna
como aquella tarde
cuando entre tiernos abrazos
una línea imaginaria
apareció separando
los días en que amarnos
era más importante
que el porvenir.
Nunca el dolor
llegó tan implacable
y convirtió la memoria
en un lugar desolado
como aquel día
en que las promesas
juraron no volver
y supe entonces
que ya no éramos
los mismos.
Pero aun así
la angustia
nos condujo a una
laberíntica pregunta:
¿cómo desprenderse
de lo que nunca
ha estado ausente?