Pausas y reinicios

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Un día le causó duda el respirar. Así que se preguntó: ¿él quería hacerlo o simplemente tenía que? Contuvo el aire un momento, sintiose asfixiado, y comenzó a ver negro mientras daba un golpeteo frenético y constante a la mesa. No quiso abandonarse a la sensación de aletargamiento, por lo que espiró y aspiró sintiendo cómo sus pulmones se llenaban. Sí, era claro que lo necesitaba, pero ¿por qué no lo había disfrutado tanto como en ese momento? ¡Diecinueve años de su vida haciendo lo mismo y nunca se había percatado de la importancia crucial que tenía una sola acción!

Luego pensó en otras tantas cosas que podría apreciar y se dio cuenta de varias: el movimiento intestinal, las conexiones cerebrales, la producción de hormonas… Así que, haciendo una lista mental, salió de su casa un momento y tocó la puerta de la vecina: Alicia misma le abrió, sonriendo desconcertada. Ni un “hola” completo alcanzó a salir de sus labios: él la interrumpió con un beso. Había dos posibles reacciones: una bofetada o que ella correspondiera. En cualquiera de las dos tomaría conciencia o del dolor o del goce. Experimentó lo segundo pero, después de un momento, se sintió abrumado. Regresó a su casa, sintiendo todavía el corazón desbocado, y cayó en cuenta de esa acción involuntaria de la que dependía en mayor medida: los latidos. Así que pensó en cómo detener o disminuir los mismos, para poder sentirlos mejor, como en la respiración. No se había percatado sino hasta ese momento, así que se sintió estúpido: además del cosquilleo y de la sensación en su entrepierna, pudo haberse centrado en su pecho. 

Así que tomó un tenedor de la cocina, después de pensarlo un rato, y se acercó al contacto de la luz…

—¡Oye! —entró gritando su madre—. No puedo creerlo. ¿De verdad no te puedo dejar solo? Dame eso, inmediatamente, ¿qué creías que hacías?

—Tomando conciencia, ma —respondió él. Y, ante la preocupación, decidió optar por el yoga. Quizá pudiera funcionar sin tanto riesgo.