Me hundí volando en el atardecer,
sentí mi corazón en la dulzura
fundirse como cera;
silencioso y dulce,
fino llanto amargo.
Quieto el viento,
el cielo es como un inmenso
ojo que se abre, ojito de estrella,
abierto en un oscuro
terciopelo: desde lo alto,
de pestañita inquieta.
Ojito de estrellita,
prendido en la arena
hacia la Tierra yacente
y transida. Como una espiga
que ondula en la colina
al mismo paso
que desfallecen
las golondrinas
antes de tocar el agua.
Cuando tiembla aquí arriba,
es de frío, un eco de susurros
que se esconde
bajo un sombrero gris;
dentro, hay lluvia
de la altura.
El ojito de estrella,
se refugia,
no baja hasta enfrentarse
a la vida.
De pie a mitad de la pradera,
miro al ojito de estrella
gobernando la noche,
y pienso que debe
estar cortando las flores.
Sin mirarse la blancura,
vuelve a subir
a donde mis ojos no llegan.