El mercado global, así como los modelos de desarrollo neoliberal se fundamentan en la acumulación de la propiedad, producción, distribución y comercialización agroalimentaria, así como en una metodología extractiva basada en la utilización anacrónica de materias primas y recursos naturales con nula sostenibilidad ecológica.
Mineras y empresas que comercializan semillas transgénicas, por dar un ejemplo de este mercado global, representan para muchos pueblos originarios una imposición en sus sistemas económicos y políticos, culturales, territoriales, simbólicos y alimenticios.
La lucha y resistencia de estos sistemas, y la soberanía alimenticia, son derechos legítimos que han defendido históricamente las comunidades indígenas, demandas en las que está implícita la preservación del equilibrio ecológico, la conservación y herencia de su cosmovisión armónica con la naturaleza.
Sabemos que es necesaria, ¿pero es posible la construcción de una nueva economía? Ante tal incógnita, la respuesta se encuentra en una continua construcción por parte de los pueblos originarios, a través de una praxis en cuyo centro está latente el desarrollo de la agroecología, el etno-ecoturismo, la transformación de su biodiversidad en alimentos primordiales y medicinas tradicionales de alto valor.
El respeto y reconocimiento de los sistemas agroalimentarios tradicionales que hoy se encuentran amenazados (como es el caso de maíz), es un primer paso para subsanar e implementar conjuntamente políticas y economías alternativas que protejan sus productos emblemáticos, los sistemas productivos y la reproducción material y cultural propia.
La resignificación conceptual de la soberanía alimentaria que exigen los pueblos indígenas abastece un marco resiliente en el desarrollo comunitario y prácticas de cohesión social, de respeto ambiental en un enfoque intercultural que incide en el intercambio respetuoso de estos pueblos con el resto de la sociedad contemporánea.
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