El Amor Romántico, ése que se yergue bajo principios muchas veces inalcanzables y premisas contradictorias, sigue constituyendo uno de los grandes mitos de las sociedades modernas occidentales al grado que se le eleva a categoría de valor supremo, por lo que no es de extrañarse su influencia en las esferas psíquica, sexual, emocional y política.
En un sentido paradójico, en las sociedades capitalistas el amor se convierte en una fuerza subversiva al transgredir las regulaciones sociales de orden moral, al liberar las relaciones sentimentales de los intereses económicos y al exigir la cimentación de un mundo alternativo donde se opte por la solidaridad y la soberanía individual para reafirmar elecciones conscientes. Estos anhelos utópicos de plétora colectiva, autorrealización emocional y conexión con lo sagrado se hallan en el núcleo del amor romántico, no idealizado sino revolucionario.
Sin embargo, en las sociedades modernas regidas por las demandas del mercado se absorben las premisas –utópicas– contrarias a su lógica, se tergiversan para adormecer su capacidad transformadora y se transforman en códigos de valores utilitarios. Esta “mercantilización del Romance” se refrenda en una avalancha de símbolos y discursos que llegan en forma de canciones, literatura, cine y otras manifestaciones de la híperglobalización.
¿Cómo juega esta edificación conceptual en el establecimiento de las relaciones modernas? La pareja moderna ha acogido la lógica y los valores de las relaciones económicas capitalistas. Creer en el mito, en la exigencia de la inalcanzable perfección, en la fantasía de un amor capaz de redimir al hombre más miserable del planeta produce amargura, angustia y frustración.
Con ello, queda preguntarnos dónde se encuentra la línea que divide la utopía –anárquica- del amor romántico y su distopía –enajenante-.
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