En un pequeño pueblo de Guerrero hay una casa de adobe, ubicada entre el museo comunitario y la iglesia local. Allí vive una anciana vivaracha llamada Anastasia Saturnina, en compañía de sus dos hijas: Camelia y Citlali.
En el recibidor de la casa está el retrato de un hombre de piel negra en la cima de una montaña cubierta de nieve. Los visitantes curiosos preguntan por la fotografía. El paisaje corresponde a Ushuaia, una ciudad argentina conocida como “el fin del mundo” por ser la urbe más austral del globo terráqueo. Anastasia les cuenta a todos que el hombre del retrato es su nieto, el único varón de la familia que llegó a la universidad.
—Ethan se marchó a México a los 15 años, ahorrando cada peso, pasando hambre, pero estudiando y llorando por el recuerdo de su casa. Sin embargo, logró llegar hasta “el fin del mundo”.
La anciana aclara que es el primer Balanzar en llegar a la universidad. Los demás tuvieron que migrar a Estados Unidos por la falta de oportunidades. Sin embargo, siempre cobijaron al sobrino: le mandaban dinero, libretas y útiles escolares.
Ethan nunca los conoció en persona.
Los tíos nunca pudieron estar porque cruzaron la frontera hace más de 30 años, pero en la lejanía demostraban que lo amaban.
“Ethan no llegó solo a esa cima”, precisa Anastasia, apodada Tachita por los amigos, mientras agarra la fotografía de su nieto entre las manos temblorosas de Parkinson.
Camelia, la madre de Ethan, completa el relato:
—Mi hijo no la tuvo fácil, pasaba hambre y lloraba cada noche, pero él se quiso ir.
Tachita tiene el rostro de su padre en el Museo Comunitario local, uno de los fundadores de aquel pueblo de 600 habitantes. Ahora quiere donar una foto de su nieto para el acervo.
—Ganó una beca, estudió la universidad y me llena de orgullo.
Ethan, por su parte, se conforma con ser el centro de atención en el recibidor de su abuela. Porque en el fondo sabe que no llegó solo a ser el primer varón Balanzar en la universidad. A esa cima llegó por su familia.