En más de una ocasión en mi muy corta o muy larga vida —según como se mida—, he estado inmersa en situaciones conflictivas tan nubosas, que me impedían ver con claridad el panorama completo.
Recientemente me interné en las raíces de los theobromas en un restaurante en Perú, un espacio que me exigió una disciplina monástica, agudeza sensorial y sumo cuidado.
Siempre he sido una amante entregada al queso, los nísperos, los duraznos, las guayabas y por uso de costumbre, al café. Luego me fui enamorando de la posibilidad de jugar con los sabores, los aromas y las texturas de cada ingrediente para crear brebajes y barbaridades. No todo lo que brilla es oro, no todo lo que está cocido es comestible, y viceversa.
En el proceso de entender desde dentro a los theobromas, me encontré con las venas que conectaban a los cocineros. En una especie de panal en donde cada abeja conoce su función, el sitio funciona como un reloj o una obra de teatro bien lograda.
En el quehacer culinario y en el patio de juegos, en el arenero y en la cámara de refrigeración, son inevitables las controversias; son las personalidades que chocan tan fuerte como el acero inoxidable cuando amenaza con romper el piso al caer una olla.
Es en los enfrentamientos humanos donde descubrimos nuestras preocupaciones y ocupaciones. En el ejercicio urgente del cuidado se hace evidente lo que es importante para nosotros y lo que no. Se vuelve inevitable: no podemos escondernos de lo que realmente somos, sin embargo, podemos cuidar esas secciones de nosotros que no son tan amables, podemos invitarlas a pasear al parque, regalarles materiales para que dibujen o incluso invitarlas a cenar. En ese ejercicio de cuidar lo más amargo y lo más dulce de nuestra condición humana, logramos conectarnos con nosotros y, por ende, extender un plato a los demás.
El cuidado y su ejercicio —a gentileza— son tanto binoculares como microscopios y nos permiten abrir mundos ocultos allí a donde vayamos. Ya sea jugando con frutas o escuchando a un amigo. Detrás de un enemigo aparente, siempre hay un aliado escondido al que no hemos sabido entender.
Sé gentil, ahí están las respuestas.
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