“El Estado ha muerto”. Esta afirmación —leída con un tono níetzscheano— escandalizaría a los sectores más conservadores y desconcertaría a cualquier sujeto, incluso a quienes imparten clases sobre anarquismos, esperan su cheque puntual y pagan sus impuestos a tiempo.
El Estado fue el ente secularizador del siglo XIX en Latinoamérica, pero hoy en día, en la sociedad mexicana, se percibe como un dios que planea el control de masas, como un garante de la libertad económica o el defensor de intereses de las clases dominantes.
Más allá de estas concepciones, ¿qué es el Estado? ¿Está muriendo el Estado mexicano?
La primer pregunta se responde con su definición básica: el Estado se compone por el territorio, la población y un gobierno. Este último, supeditado a sus instituciones.
La segunda respuesta es más compleja y se relaciona con aquellos conceptos. El territorio está delimitado por fronteras, pero no debemos perder de vista la relación económica, política y cultural con los territorios vecinos. Las empresas transnacionales, la globalización, el mercado y la migración repercuten en tales aspectos.
La población mexicana está dentro del marco de la violencia. Somos más de 120 000 000 de mexicanos y este año se cumple una década de la declaración a “la guerra contra el narcotráfico”. ¿El resultado? Más de 110 000 personas asesinadas y 30 000 desaparecidas. La violencia es cualitativamente distinta por el género, la edad y la condición social.
De acuerdo a la consulta Mitofsky del año pasado, la credibilidad de las instituciones gubernamentales ha ido a la baja durante 7 años. Si bien, las universidades están en primer lugar, en una categoría alta; el Ejército y el INE están en una categoría media; la SCJN, los senadores, la Presidencia, la policía, los diputados y partidos políticos tienen una calificación reprobatoria, están en los últimos lugares.
Con estos datos, ¿debemos plantear alternativas organizativas a la posible (o inexorable) extinción del Estado?
(Monserrat Sánchez es alumna de la carrera Estudios Latinoamericanos en la FFyL de la UNAM)
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No será acaso que el Estado no esté desapareciendo, sino que se esté reconfigirando.
La pregunta sería ¿qué resistencia sigue conservando el Estado ante la siguiente fasé del descontento? Aunque el Estado esté viralizado con tanta corrupción, el mecanismo de las instituciones sea defectuoso y la gubernamentabilidad esté entrando en un umbral de indiferenciación con el narcotráfico; éste no ha perdido las formas de control que impiden su riesgo. Lo que ha pasado, al margen de los momentos en los que ha evidenciado suma debilidad, es una sorprendente capacidad para canalizar las molestias de la población de tal manera que éstas disminuyan. Un ejemplo, tomado de Los Simpson es cuando Burns se vuelve inmune a enfermedades, porque estás son tantas que saturaron la entrada a su sistema. Hoy ninguna fuerza se ve potente porque hay una ausencia de canal principal para dirigir un ataque, es como sí supiéramos que el Estado está tan mal que ningún mal o fuerza negativa es suficiente para salvarlo.
Y ya que el Estado no se recompondrá a través de sí mismo (es como si le exigiéramos a un enfermo que se componga por él mismo) la alternativa sería la comunidad (por el momento). Pero ésta ya no encuentra como salir del exceso de dispositivos que inhiben su irritabilidad.
No estoy seguro (aunque quisiera) que el Estado esté cerca de desaparecer. Más bien a sido un cuerpo enfermo que no encuentra resistentenia de otras fuerzas. Esto aunado a que hay una nación a la que le conviene que el Estado sea un morivundo sustentable.
Cuando Nietzsche proclama su frase por la que la gran mayoría le conoce -más que por su obra-, la proclama de tal modo que era una metáfora sobre la “evolución” de la sociedad que ya no necesitaba creer en dios. Te escribo desde Perú, y quizá sea distinta la realidad, pero compartimos el mismo problema de corrupción dentro de las fauces del gobierno, y del sistema en general -aunque supongo que la gradualidad difiera-, y me parece válida la pregunta, porque abre más caminos. Pienso que la cuestión México, la nación misma se ha suicidado matando al estado, porque ha matado su propia gobernabilidad, consciente o inconscientemente, y el producto irónico es la falta de fe, de credibilidad. El estado ha muerto pero por un suicidio colectivo de la nación misma. Al menos eso le añadiría, todo lo demás, me parece tan acertado, como que el sol es el centro de nuestro sistema.