Hay una carta que nunca tuve el valor de darte. No es que me avergonzara de mí, sino que de ella brotaba la fragilidad, pues aun cuando me fui, aquel pedazo de papel que inicié hace año y medio, seguía alimentándola. Era una confesión ante los dos. Pensaba que así, al menos, el corazón descansaría un poco. Lo llené con todo lo que tenía; con palabras, sentimientos, historias y girasoles hasta dejar ver todo a través de mí en una transparencia absoluta. Pero más que liberarme de lo que sentía, se fortalecía mientras más te conocía.
        La verdad es que siempre me estaba yendo. Pensaba que no quería arruinarlo todo y seguí saliendo, conociendo gente y por momentos creí que me había enamorado de alguien más. Quería darme una oportunidad. Fallé. Estuve fuera cinco meses y no bastaron para empezar de cero. Porque era cierto que no se puede terminar lo que no ha comenzado. Regresé y tú continuabas aquí; frecuentábamos los mismos bares, la misma facultad, los mismos lugares y amigos. Entre nosotros nada había cambiado: la misma amistad de siempre, y los ocasionales cafés, risas y serate juntos. Nos contamos el verano; mi laurea y tus viajes a España. Sabíamos que en una de aquellas semanas coincidiríamos en Madrid. Tú, de vacaciones y yo, resolviendo cuestiones de la universidad. Pero sin decírtelo, esperaba que en la causalidad nos encontráramos en el metro, el Reina Sofía o en la Plaza Mayor.
        Un día te llegaron girasoles a casa. No sabía decirte “tanti auguri” de otra manera. Estaba a mil seiscientos kilómetros, pero deseaba estar ahí. Me dijiste que “no era necesario y que ojalá estuviera contigo”. Para mí, sí era necesario. Incluso si no hablábamos durante periodos cortos o largos, aparecías en mi mente cuando creía que ya te había olvidado. Concluí, a mi retorno que “scordare” era una palabra más justa para lo que anhelaba, porque su raíz estaba en el “sacar del corazón”. Seguí con esta incompletud en nuestra “historia”, esperando encontrarte una vez más. Al final, creo, te escribí dos cartas: una que sigo escribiendo, y otra, que en un girasol describía en silencio lo que siento por ti.

Foto de Birmingham Museums Trust en Unsplash
Previous articleLas bondades de la carta
Next articleCarta a lo que nació en octubre
Filósofo y existencialista, me muevo entre la poesía y la prosa, buscando traspasar los límites de la escritura y buscando, tanto en la vida como en las ideas, la libertad. Graduado en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana, he profundizado en la relación entre filosofía y literatura, en las que encuentro una estrecha conexión, más allá de simples géneros literarios. Veo en ambas un camino para realizar mi existencia, considerándolas como ejes fundamentales del ser que soy. Esto me ha llevado a trazar una delgada línea entre el pensamiento, la escritura y la acción. Mi interés en este ámbito me condujo a realizar el trabajo de fin de licenciatura sobre Sartre y la literatura. Recientemente, me gradué de la Magistrale en Filosofia ed Etica del Relazioni en la Universita degli Studi di Perugia, Italia, con una tesis sobre los conceptos de ser y situación en Sartre, concluyendo con una teoría fenomenológica del arte, que aborda la aproximación al espejo que construimos a través de nuestra relación con las obras de arte. En convenio con la Universitá di Perugia, también realicé estudios de doble titulación de máster con la Universidad de Salamanca. Mi escritura se enfoca en abordar la condición humana a través de mis experiencias personales, sin olvidar el mundo que me supera como posibilidad. En 2018, fui coautor del poemario Puente Calavera, publicado por la editorial Morlacchi en Perugia, Italia.