Sé que cuando cantas, siempre es octubre. 

En ese octubre en que me escondo, en el que, por primera vez desde niño, me contento con un mes tan agrio, un camino sin retorno. Es un mes que no me pidió abrir mis puertas, ni asomarme por mis ventanas, ni soltar mis riendas ni confrontar lo que me remuerda. Octubre como espacio negativo, como el correr en espiral de un niño hechizado, como abrazo rasposo de un erizo. 

Si este mes anunció un futuro, será tan tímido y desprovisto de certeza como el pasado que imitaba su ritmo. Recostado bajo mis cortinas color crema, quise que la fuerza de tu calor y frío desapareciera, y que, como el baile del follaje sobre la acera, el tono ocre de mi piel pintara tu rostro de ligereza. 

Mi deseo rojo y tostado, mi felicidad clara y oscura, mi capricho pardo y dorado: ahora que buscaste nacer dentro de esta cueva, y despiertas frente al cielo gris y amarillo de otoño, recuerda que entre el choque de verano e invierno, este vientre te niega.  

Lo que nació en octubre, definitivamente, desasosiega. 

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Soy Santiago Aguilar Hernández, egresado de filosofía por la Universidad Panamericana. Lector sólido, escritor precario.