Todas las tardes,
cuando el aire sopla desde la tierra
y las olas se levantan,
ella aparece, es una Sirena,
con el corazón y la cintura en llamas.
En torno a ella los delfines nadan,
y las gaviotas revolotean sobre su cabeza.
Canta de gruta en gruta,
cargando esa retorcida caracola
florecida de la arena amarilla.
Canta sobre las naves hundidas
de plata y madera, con sus altos mástiles.
Canta a las ballenas,
que dan vueltas al mundo
una y otra vez.
Canta a los marineros
que deben taparse los oídos con cera
por temor a ahogarse.
Mientras ella canta,
la vida de las profundidades
sube para oírla.
Con los labios entreabiertos
y los ojos llenos de alegría,
se queda quieta;
las olas frías se estrellan sobre
sus fríos senos, y la sal
le resplandece en los párpados
de color amatista.