Hay un rojo sutil en sus conversaciones y en su mirada, tenue a la luz del día pero que se enciende con las horas. Esa tonalidad me envuelve en calidez, ilusión y amor. Sin embargo, cuando froto mis ojos, descubro un rojo más vibrante —uno en el que se reflejan todos mis miedos—, esos que se escapan en la oscuridad, donde sus palabras son señales de alerta, donde su voz se transforma en una alarma que aún no sé silenciar.
        Ese rojo me asusta, pues significa peligro. Es tan intenso como el destello de una ambulancia que serpentea a toda prisa por las calles, esquivando autos, y sé que es así porque su corazón necesita cuidados urgentes. Incluso la intermitencia de sus luces late al ritmo de sus palabras. Qué desafortunada situación… Ya me he acostumbrado a vivir en el campo, donde los ruidos que me despiertan son gallos, perros y pájaros. Allí, el sonido más enérgico es el de las campanas de la iglesia o la pirotecnia que anuncia algún evento.
        No obstante, su hogar —su hogar— está lleno de ruido: tráfico apabullante, sirenas interminables y… no me rindo, es solo que esos sonidos me recuerdan que algo no está bien.
        El tono de rojo que sugiero perseguir es el del ocaso, uno igual de vibrante, pero que brinda calma y seguridad. Solo se necesita paciencia para admirarlo y quedarse en él; está a nuestro alcance, aunque cada quien debe encontrarlo por su cuenta y contemplarlo el tiempo necesario hasta sentirse listo para habitarlo. ¿Estoy pidiendo demasiado?

Foto de David Mullins en Unsplash

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Jacqueline Martínez Benito, Licenciada en Psicología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Disfruto del arte y la literatura, junto a mi profundo interés por las causas sociales. Mi compromiso es el bienestar humano y se acompaña de mi curiosidad por la ciencia y la naturaleza. Mi impulso es explorar el mundo y lograrlo desde una perspectiva integral, buscando asimilar las complejidades de la conducta humana, el entorno, la cultura y la sociedad.

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