Romina, quien recientemente había conseguido un empleo temporal, llegó temprano a su departamento, invadido por un silencio que la incomodaba. Conectó su celular a la bocina y comenzó a sonar la música de NAFTA, una banda argentina que apenas empezaba a descubrir. Aunque en un principio no le había causado gran impresión, decidió darle otra oportunidad. Cansada, se dejó llevar por la melodía, sintiéndose como una espectadora de su propia vida, ajena al mundo exterior.
De repente, algo cambió. Romina cerró los ojos y escuchó realmente la música, sintiendo una vibración en el pecho que la impulsaba a moverse. El cansancio y la rutina se desvanecieron mientras se entregaba al ritmo. Subió la caldera para tomar un baño, pero la música la atrapó y, casi sin darse cuenta, comenzó a bailar. Al mirarse frente al espejo, siente que su reflejo es su compañero y aliado en la danza. Sus movimientos se tornan más intensos, liberando emociones reprimidas y conectando con una parte profunda de sí misma.
La habitación iluminada y el reflejo en el espejo se convierten en una especie de ritual. Su cuerpo expresaba furia y libertad contenida, despojando pensamientos, disolviéndose en el ritmo. Pero, de repente, algo se quebró; no fue un sonido; fue una sensación dentro de ella. La música se detuvo y Romina se quedó frente al espejo, ahora roto. Los fragmentos en el suelo parecían reflejar las partes de ella que han quedado allí.Romina contemplaba desde el otro lado del espejo, una versión de sí misma que la desafiaba. Al ver esos ojos como si fueran suyos a la vez algo más, tomó un pedazo de vidrio roto y, con decisión, lo clavó en el reflejo de su imagen. Aunque sintió el agotamiento, comprendió que algo en ella había cambiado para siempre. Al final, con el espejo roto, la danza llegó a su fin. Romina entendió que, aunque intentó liberarse, el espejo siempre tuvo el control.
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