La noche nunca es lo suficientemente oscura. Ella duerme y yo despierto. Junto con la ciudad, los sueños de mi esposa alzan el escenario de mi vida. Observo su vientre e inhalo. 

Acelero, rebaso por la izquierda y la derecha; freno, espero y retomo mi rumbo. Exhalo. Mi cuerpo sigue la coreografía perfecta: hago del complejo e impredecible movimiento de los carros los muros de mi laberinto interno. No hay tiempo para desacelerar, no hay espacio para contemplar el intermitente sentimiento de culpa. La moto y yo somos un destello más, la cara convexa donde las luces neón, suspendidas bajo los puentes, se reflejan. 

No es la primera vez que recorro estas calles, ni atravieso estas avenidas o ignoro estos semáforos. Pero es, quizás, la última; esta noche es definitiva. El resultado de un tiempo perdido, la expresión de una breve aventura que cultivé inmerso en calles empobrecidas y que terminó siendo, bajo esta nueva criatura, un pérfido túnel cuyo escondido ojo blanco finalmente aparece. 

Mi cuerpo flota, tentado por el vacío que mi corazón imprime sobre el asfalto, pero lo retengo en la moto como imprimiéndole el peso de mi deseo. La ciudad y yo somos uno: una sola inercia, un equilibrio. Nos sincronizamos ante el mismo ritmo, emergemos bajo las mismas luces y nos confundimos entre los mismos colores. Lo demás es periférico; los edificios y túneles, los rincones y balcones, no son más que ruido de fondo. Mi mirada y la de la ciudad constituyen un único punto focal, el violento advenimiento de las calles sobre un solo punto de fuga. 

La noche comienza a desvanecerse y resisto su rapto. La ciudad y yo nos convertimos en una estela perdida; ella despierta y ahora yo duermo. Sobre las arrugadas sábanas, bañadas por la luz neón que se asoma por la ventana, como un privado amanecer, se ilumina su vientre. Tímida lo toca y, junto con la ciudad trasnochada, mis sueños ahora alzan el escenario de su vida.

Foto de Thaddaeus Lim en Unsplash
Previous articleLa Guerra Sucia en mi memoria
Next articleLa nostalgia de los océanos: viajes fantásticos y literarios
Soy Santiago Aguilar Hernández, egresado de filosofía por la Universidad Panamericana. Lector sólido, escritor precario.