En 1975, Bill y Hillary Clinton paseaban por el hotel Las Brisas en el puerto de Acapulco, disfrutaban de su luna de miel al igual que lo hicieron John F. Kennedy y Jacky Kennedy, décadas atrás. Curiosamente, ambas parejas escogieron el mismo puerto en México para pasar tan romántico momento.
Sin embargo, mientras Bill llevaba de la mano a Hillary por la playa, en el otro extremo de la Bahía de Santa Lucía, un avión de la Fuerza Aérea Mexicana sobrevolaba el Océano Pacífico, aprovechando la oscuridad y el silencio de la noche. El objetivo del piloto era tirar los cuerpos de guerrilleros y disidentes políticos de la Guerra Sucia en lo profundo del mar. Sin cuerpos, sin evidencia, sin rastro. Posteriormente regresaba a la Base Aérea Militar No. 7 de Pie de la Cuesta. Ese era el modus operandi de los llamados “vuelos de la muerte”, un mecanismo de desaparición utilizado por el Estado mexicano.
¿Por qué Guerrero? ¿Qué castigo pagan los guerrerenses para negarles el derecho sagrado a la memoria?
Cuando iba en primaria, tuve la oportunidad de visitar la Base Aérea Militar no. 7 en compañía de mis compañeros. Era una excursión que había ganado mi escuela por mérito académico. Los militares jugaban con nosotros y enseñaban esculturas de aviones coloridos mientras explicaban cada modelo. Corríamos en las instalaciones y escalábamos muros como entretenimiento. Las maestras y los padres de familia sonreían felices al ver jugar a los pequeños. Incluso llegué a divertirme, pues era una excursión con mis compañeros, con un montón de actividades que nos habíamos ganado con el sudor de nuestro esfuerzo.
¿Quién diría que aquel lugar contenía tanta desesperación entre sus paredes? ¿Por qué tengo un recuerdo feliz en aquel lugar de muerte y tortura? ¿Fui parte de una treta de los militares para lavar la imagen del recinto? ¿Torturaron personas donde sonreía cuando era pequeño?
“¡Nos faltan 43 y miles más desde los 70´s!”, dice un antimonumento en Atoyac.

Foto de Anngell ✞ Díaz en Unsplash
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Estudiante de la licenciatura de Historia en la UNAM, acapulqueño de corazón y foráneo de vocación, amante de la literatura y los atardeceres playeros. Becario 4ta generación de Corriente Alterna UNAM y amante de la leche con chocolate.