Anhelo regresar, pero los recuerdos más cercanos a mí se han desvanecido. Ignoro quien soy o la razón de estar aquí; mi cuerpo y alma están atrapados en este mar negro, sin nombre. Me veo obligado a vagar en un barco sin vida.
Duermo, o creo que duermo, porque mi cuerpo nunca descansa y al abrir los ojos sigue siendo de noche y la cara de la luna es la misma. No hay ruido alguno.
El temible brillo de la luna se intensifica, derramándose sobre el mar negro. Me acerco a él, veo el reflejo del hombre que creo ser. No me reconozco, pero soy yo. Detrás del reflejo emerge lentamente el rostro de un hombre diferente, su cara es pálida y verdosa, llena de gusanos que devoran los restos de su boca. Pronto me doy cuenta de que no es el único rostro: de aquellas aguas malditas surgen uno tras otro, y aunque sin ojos, todos parecen mirarme, invitándome a unirme a ellos.
¿Existe algo que nos une y nos aparta al mismo tiempo? No soy capaz de mirar nuevamente hacia el abismo de aquellas aguas negras. Mis pensamientos están absortos por esos mórbidos hombres; no me dejan descansar. Algo más que se aproxima, algo que viene por mí.
El terrible brillo de la luna me lo advierte. Al voltear, veo a un ser con cuerpo de ave y rostro de mujer aproximándose a su presa.
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