La mañana soplaba fría cuando encontraron a la chica embolsada sobre el asfalto sucio de Nezahualcóyotl. Habían pasado ya tres días desde que su madre la vio por última vez antes de entrar al baño del paradero de Indios Verdes, y mientras la chica esperaba afuera, desapareció. Parecía que se la había llevado el viento, como si se hubiese esfumado en el aire. Cuando la encontraron, la gente dijo que no era la única ni la primera, mujeres antes habían ido a parar a ese lugar extraño. Las demás habían llegado allí sin vida, con la piel maltratada y los cabellos raídos, como muñecas rotas y maltrechas, escondidas y aventadas en los rincones sucios de aquel sitio. Un espíritu invisible de polvo y odor fiero se las había llevado, como a muchas otras, en alguno de sus paseos. El espíritu ronda la ciudad como lo hace el viento, envuelve a las mujeres con su cuerpo, las asfixia y las tuerce, y las oculta con él. Solo se las lleva, no importa si son de cabellos largos o cortos, de rostros hermosos o deshonestos. El espíritu voraz se las roba a todas por capricho, por odio y por placer. En aquel lugar solitario deja los cuerpos, es uno de sus infinitos basureros. Se las robaron y ahí aparecieron, dice la Fiscalía, no sabemos ni cómo, ni quién, ni por qué. Dicen, sin ninguna otra respuesta, que un día simplemente se desvanecieron y ahí, por casualidad, volvieron a aparecer.

Foto de Anastasia Nelen en Unsplash
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