Aspiradora de ultraderecha

Abiertamente política y desmedidamente provocadora, la obra del multidisciplinario artista israelí Roee Rosen se puede entender como un cúmulo de acontecimientos. En cada una de sus piezas, ya sea audiovisual, pictórica o literaria, manipula la información para, a la vez que dicta una sentencia, comprometer la veracidad de lo dicho. En su cine, en particular, las imágenes y sonidos nunca son lo que parecen en un primer momento y, cual rompecabezas, la labor del espectador consiste no solo en el acto de mirar, sino en el de colocar cada una de las piezas en su sitio para descubrir con incomodidad que lo puesto frente a sus ojos es menos inocente de lo que parecía. El interés principal de Rosen parece radicar en poner en predicamento los discursos oficiales, extender el medio hasta sus límites para hacer evidente el artificio, y elaborar desde ahí una discusión en diálogo directo con el espectador.

Su más reciente pieza, The dust channel (2016), musical en forma de operetta en cuatro actos, nos aproxima al transcurrir diario de una joven y atractiva pareja que, en su sofisticado apartamento, rinde un culto desmedido a las maravillosas propiedades de la aspiradora británica Dyson DC07, potente electrodoméstico que los mantiene a salvo, alejados de toda suciedad posible. La cinta se compone en gran medida por primerísimos planos que, al ritmo de sus agudas voces, nos presentan no sólo al aparato en cuestión sino también una calculada y elitista forma de vida. Asimismo, dichos planos no son sólo información concreta sobre el decorado, sino también signos y piezas de un rompecabezas mayor. Con cierta reminiscencia al cine de los Straub, en este filme el discurso se cuela por la intrincada disposición de los planos en el montaje y en las relaciones que surgen entre texto e imagen, ampliando las posibilidades de lectura. En algún momento el hombre abre la ventana y, a pesar del prístino decorado interior, afuera aguarda el desierto. Pero el paisaje no es una elección baladí: más adelante, en una secuencia de zapping delirante, corazón críptico del film donde se devela su poética, nos enteramos a través de las imágenes de un noticiero en la televisión que se trata del Desierto de Néguev, cerca de la frontera con Egipto, un lugar donde se encuentra el centro para refugiados Holot (palabra que, a su vez, significa arena en hebreo). A lo largo de sus 22 minutos el filme desencadena una serie de asociaciones y referencias —Buñuel y Farocki incluidos— que resumen en clave irónica el conflicto de migración en Israel. La suciedad y la elección de la aspiradora cobra nuevos significados. El excesivo interés por la limpieza se traduce como un conflicto de odio.

Si en sus cortometrajes anteriores había jugado con los lenguajes cinematográfico y televisivo indistintamente, emulando formatos como el documental, el talk show, el video musical, entre otros, en The dust channel pone a prueba las convenciones del musical. Como había hecho en Little Iron, fragmento que forma parte de la compilación The buried alive videos (2014) Rosen usa el género, tradicionalmente hollywoodense y particularmente meloso, para introducir una perspectiva extra dramática por adelantado, enfatizando el despropósito del espectáculo, y desviándolo luego para forzar sus posibilidades.

Roee Rosen se inscribe inevitablemente en el grupo de artistas que plantan cara a las decisiones políticas de su país y, sin embargo, a diferencia de otros creadores, opta por no aproximarse al tema de manera directa, para evitar forzar una toma de postura —quién es el bueno o el malo, qué esta bien y qué mal— en sus interlocutores, ofreciendo las claves del conflicto pero aludiendo a la capacidad crítica de cada espectador.

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