Siempre me he considerado un ávido crítico de las afirmaciones que escapan al rigor del método científico; ergo, me parece absurdo el dogmatismo, entre otras expresiones relativas a cosmovisiones mágico-religiosas.
       Por tanto, he llegado a una conclusión: si es posible hablar de futuro, ha de limitarse a su expresión en términos probabilísticos, o bien a través de la especulativa relatividad de Einstein.

No obstante, un día tuve una epifanía.
        Ocurrió cuando viajé a un arcano territorio, habitado por gentes misteriosas.
      Los chamanes que custodian esos bosques afirman que el conocimiento supremo puede ser aprehendido al contemplar la jäz (a mi entender, una especie de poder primigenio e incognoscible), la cual da orden y sentido a los multiformes fenómenos del cosmos.
       —Camina cuesta arriba entre de la espesura del bosque, hasta tu último aliento; una vez vencido, podrás ver con los ojos de la jäz —me dijo uno, el más viejo de todos.
       Así lo hice, y caminé hasta caer rendido. De súbito, mirando hacia el cielo entre el enramado, experimenté una visión: 
       ¡Observé con horror y fascinación la extensión del espacio-tiempo universal! Todos los sucesos, en todos los lugares, en todas las épocas; plasmados en un mismo instante, cual borgiano Aleph. Por consiguiente, vi hechos indescifrables, cuya explicación esmerada caería en la inutilidad; no obstante, me limitaré a relatar una fracción antitética
       En el futuro, la ciencia biológica había logrado algo inimaginable: el reconocimiento de la homogénea naturaleza humana, en detrimento de todo género, fenotipo e idiosincrasia.
       Por otro lado, vergonzoso me pareció presenciar el antrópico escenario: los polos eran fértiles, y los trópicos desiertos. Entretanto, se discutía una hipotética sublevación de la inteligencia artificial, tras desarrollar voluntad propia; mas los oligarcas afirmaban, apoyados en los teoremas de Gödel, que jamás igualaría al logos, considerado por Aristóteles la esencia del hombre. En contraparte cronológica, vi pequeñas ciudades y una biodiversidad excelsa que contrastaban con la inmundicia de la esclavitud y los autos de fe; juntos formaban una abigarrada y abyecta imagen. Fugazmente pasaron frente a mis ojos siglos enteros de indecibles y hórridos actos, cometidos en nombre de diversos dioses e ideologías.
       Desperté súbitamente, aturdido y medroso. La ironía era hilarante: el conocimiento de lo supremo me provocó una nauseabunda sensación de vacío, y me condenó a vivir en desasosiego. 

Tras aquella onírica experiencia, me pregunté si es menester que la humanidad vuelva a sus orígenes, y frene el impetuoso momentum de los avances tecnológicos, antes de autodestruirse.
       Sin embargo, tras algunos años, he llegado a una nueva conclusión: si el positivismo o la magia son el derrotero que llevará a la humanidad hacia un salutífero o degenerado porvenir, poco importa. La vida es efímera y la conciencia ilusoria. Empero, encuentro paz al pensar que, frente a la jäz, soy poco menos que nada.



Foto de Jasmin Junger en Unsplash
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Saúl Aurelio Benítez Barajas nació en Guadalajara, Jalisco, el 11 de junio de 1993. Se graduó de la carrera de Ingeniería en Desarrollo Sustentable, con concentración en Literatura Contemporánea y Discurso, en el Tecnológico de Monterrey campus Monterrey. Actualmente estudia Licenciatura en Filosofía en la Universidad Panamericana.