Por mí, que la sesión empiece cuando las campanadas de las notificaciones del Google Calendar lo anuncien. Me sale mejor esperar el aviso que recordar o anotarlo en la libreta: son como 11 dígitos plus password. Mi nombre completo, para el trabajo; el resumen de mi nombre formal, para conferencias escolares o familiares; el seudónimo, para mi club; y de plano el apodo para mis zoommates.
No sé qué es peor: ¿salir despeinado en la cámara o tener encendido el micrófono? De cualquier modo, pienso que a todos les ha pasado, aunque considero que es un sentimiento de vergüenza digital.
Tenía encendido el micrófono cuando mi mamá me dijo que yo no había recogido mi ropa, y, como todos saben, esto terminó en una discusión. Todos escucharon. El maestro me sacó de la conferencia magistral, pero apenas estuvo bien, pues a decir verdad se vuelve más tedioso escucharlo en línea (al fin y al cabo, vuelvo a releer todo lo que envía a Google Classroom). Con la cámara fue todo un caso: estaba despeinado, en pijama y desayunando. Cuando terminé el pan con el café, me di cuenta del MasterChef show que había hecho.
De repente era multitasking, ya que andaba en dos lugares al mismo tiempo, como partícula cuántica, en dos conferencias.
Sí, parece que usar este software vino a transformar la sátira digital. Ya de por sí eran chiste las fotos raras que uno publicaba cuando tenía 10 o 15 años, el profile de los maestros, las frases con imágenes de flores de las señoras, las fotos de Instagram, los extraños y controversiales audios de WhatsApp, los mensajes de Tinder, memes tendencia, etcétera, etcétera, etcétera.
Yo soy un zoomer y lo acepto, tanto como quien dice que es de un país. Aunque mi gentilicio es digital y funcional, mediante él puedo reconocer que soy parte de una sociedad global conectada. Soy ciudadano de un mundo digital.
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Foto de Chris Montgomery en Unsplash
Oye, me encantó tu texto…
¡Somos zoomers!