“La vendedora de fósforos” de Alejo Moguillansky

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Si la ficción consiste en la mirada de un artista para representar la realidad, podría decirse entonces que el cine de Alejo Moguillansky (Buenos Aires, 1978) busca un poco lo contrario: quiere representar la ficción desde la realidad. En una presentación que dio en la Ciudad Cultural Konex en junio del 2015, en el marco de la Pecha Kucha Night, dijo:

En La vendedora de fósforos, como en sus otras ficciones (La prisionera, Castro, El loro y el cisne y El escarabajo de oro) también utiliza recursos del documental para hablar de los procesos creativos, de la música, la política, el cine y las complejidades de las relaciones humanas.

La anécdota toma como punto de partida el montaje real del cuento de Hans Christian Andersen, La vendedora de fósforos, que realizó el músico alemán Helmut Lecherman -interpretado en el film por sí mismo- en el célebre Teatro Colón de Buenos Aires en 2014. La pareja protagonista está conformada por María Villar, quien con un breve y brillante prólogo nos advierte que se trata de una representación ficticia, y Walter Jakob, quien está a cargo de la dirección de la ópera. Al no tener claro cómo debe hacer su trabajo, Walter escucha las sugerencias que le hace su compañera, quien a su vez trabaja para la reconocida pianista Margarita Fernández -también interpretada por sí misma- y a quien le roba dinero para comprarse un piano en un país donde los habitantes, se sugiere sutilmente, están acostumbrados a enfrentar crisis (paros de orquestas y de transportes) y vivir al día.

En medio de esa búsqueda creativa y cotidiana está también la historia de la hija de ambos: Cleo. Una niña que acompaña a su madre al trabajo y elige ver, para entretenerse, un VHS de Al azar, Baltazar de Robert Bresson, la cual recrea en un sueño mientras sus padres la buscan en el teatro.

La película está llena de referencias -de cine, de literatura, de música- y de reflexiones sobre el arte, la experimentación y su relación con el poder y la burguesía; aprovecha la anécdota del cuento de Andersen y una muy pequeña subtrama sobre un militante del Ejército Rojo Alemán en los setenta, para hablar también sobre la humanidad misma y aquello que nos mueve, nos sensibiliza y nos relaciona con el otro.

La vendedora de fósforos ofrece una mirada lúdica pero muy profunda sobre la realidad que rodea a varios y diferentes artistas y lo hace de una forma que, sin ser nueva, explica por qué Moguillansky ha sido galardonado en festivales y por qué el cine íntimo, artesanal y humano que él propone se vuelve transcendente.