Hidrofobia y melomanía

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Hidrofobia

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El último día de lluvia

Hace días que no llueve. Recuerdo la última vez que se dejó ver el rocío: llegaron las nubes, los manifestantes y la lluvia. Sí, lo recuerdo. Fue el viernes de la semana pasada. Cayeron las nubes después del mediodía, sin avisar, oscureciendo la oficina, vestidas como catedrales grumosas de alabastro. Observaba el desfilar del cielo desde la ventana del despacho, cuando, de repente, vi una marabunta de manifestantes, análoga a las nubes, que exigía su salario: los gritos, los insultos, las consignas. Seguí escribiendo, ignorando el tumulto, mientras el raudo teclear de mis dedos comenzaba a silenciar lentamente el griterío; entonces, escribí el último punto, y me di cuenta de que todavía se escuchaba un lívido golpeteo, igual al de las teclas: era la lluvia. Los sindicalistas se dispersaron, buscando refugio para no empaparse.

A veces, la lluvia puede más que el miedo.

 

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Melomanía

Fue hasta mi adolescencia que descubrí que padecía de melolagnia, una enfermedad que causa excitación por la música. Estaba en la camioneta de mi madre. Nunca me fue raro sentir cosquillitas cuando prendía el radio. No obstante, ese día puso por accidente Radio UNAM. Músorgski y su último ‘cuadro’ fueron los responsables de mi primera eyaculación. Espantadísima, me llevó al hospital pensando que tenía convulsiones. El doctor no encontró nada raro, salvo la enorme mancha de semen que escurría por mis piernas. No he hablado con mamá acerca del tema. Después de ese día, pasé meses escuchando la radio cada noche, hasta que decidí ir a la Sala Nezahualcóyotl. El día del concierto llegué temprano. Estaba nervioso, tenía miedo de ponerme a gemir en medio de un movimiento. Me ocultaba con vergüenza de los ancianos que pedían permiso para llegar a sus asientos. Entonces, él llegó. El director caminó hasta la plataforma. Preparó la batuta, levantó con gracia el brazo, y lo dejó caer con elegancia.

No falta decir que me vetaron de por vida.