El triunfo del CIG y los pueblos indígenas

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El año pasado se terminó un periodo sexenal más y los procesos supuestamente democráticos se pusieron en marcha. El ganador de la disputa estaba anunciado y nadie representó una amenaza electoral para su propuesta. Los candidatos independientes no fueron más que una farsa mal orquestada. Para muchos, la única proposición que parecía viable para la izquierda consciente, la del Concejo Indígena de Gobierno (CIG), se quedó en algo insustancial. Sin embargo, la candidatura de María de Jesús Patricio Martínez, vocera del Congreso Nacional Indígena (CNI), fue todo menos un fracaso.

El hecho de que Marichuy sea una mujer indígena representó una ruptura total con el modelo político del país. La propuesta del CNI destrozaba lo jerárquico de la política occidental y planteaba un sistema comunalista de representación más apegado a las raíces. Para muestra, su configuración ética: obedecer y no mandar; representar y no suplantar; servir y no servirse; convencer y no vencer; bajar y no subir; proponer y no imponer; construir y no destruir. Todos estos principios revelan que el interés del CIG no era hacer una política convencional basada en el despojo y la avaricia —igual que los malos gobiernos—, sino una de colaboración e inclusión en donde las voces ignoradas tuvieran el espacio que les ha sido arrebatado.

Se podría pensar que la campaña de Marichuy fracasó, pero lo cierto es que haberse sentado en la silla presidencial habría sido la verdadera derrota. La organización comunal indígena trasciende toda relación vertical, por eso no cabe en las urnas de la política mexicana. La meta del CIG nunca fue alcanzar la presidencia, se trataba de lograr una organización efectiva para hacer visibles las problemáticas que afectan a las minorías. Ningún esfuerzo es suficiente, por eso siguen las propuestas desde abajo y a la izquierda para que nunca más exista un México sin sus pueblos.