Redes sociales: el culto a lo imposible

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La clase media ha conseguido una guarida donde plasmar los sueños para sí misma y arrojar todas sus frustraciones para los demás. Lo que comenzó como una red capaz de conectar a gente de todo el mundo, hoy se usa como el templo donde se rinde culto a la belleza occidental, a la moda y a los estereotipos inalcanzables. Las redes sociales promueven las identidades situadas en el exterior, es decir, que las personas se valoren exclusivamente si obtienen, en sus propios términos, suficientes pulgares arriba.

El problema con el fanatismo que generan las figuras de Internet es que se trata de la misma estampa calcada cientos de veces. Es una repetición constante de un individuo con las mismas características: éxito, dinero, seguidores y belleza. Antes la prensa rosa cumplía el papel de ofrecer datos excesivos de la vida de los famosos; hoy, las propias figuras nos ofrecen chismes efímeros a través de sus portales en redes, como si brindaran un elemento más para que sus discípulos los santifiquen. Esto no genera más que falsas ambiciones y objetivos inaccesibles; además perpetúan el culto al individualismo y al éxito.

Ciertamente, las características negativas —como el politeísmo narcisista del que nos habla Romeo Tello en la última edición de la Revista de la Universidad— no son el único fondo en el barranco de Internet. Aún podemos encontrar en la red algún atisbo de sobriedad, sobre todo en grupos de izquierda, periodistas, escritores, instituciones, artistas independientes y algunas personas comunes; ellos y ellas marcan su propio ritmo frente a la pesada industria del consumismo. De todas las cosas interesantes y desconocidas a las cuales rendir culto, ¿por qué sufrir de la punzante enfermedad del egocentrismo que asecha las redes sociales?

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