Paseo en lancha

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Esta es mi primera vez en un tren.

Este está lleno de familias, estamos yendo a la playa, yo no soy de aquí, soy del otro lado del Océano Atlántico, del sur de México.

Lo bueno de aquí, del Algarve portugués, es que el sol brilla tanto como allá en mi tierra.

Pero no quema igual.

Nadie aquí usa sombrero para cubrir sus rostros del montón de luz que viene del cielo.

Lentes de sol, lentes del sol, aquí todo el mundo los usa.

El niño que está enfrente de mi me mira con mirada amistosa y me pide un poco de mi pastel de nata.

El sol también me mira.

Los rubios cabellos de las turistas alemanas que están en frente de mí parecen miel derretida.

La tierra del paisaje es colorada y el cielo es azulísimo.

Llegamos a la playa de Lagos.

Decido tomar un tour en lancha para conocer las formaciones rocosas, que son lo más popular del lugar.

En la lancha, un portugués de ojos verdes olivo, me pregunta de dónde soy, le contesto que de México.

Inmediatamente me empieza a habla en “español”, me dice que él ya ha ido a México y que le encantaron las playas de Cancún y el tequila.

Durante todo el paseo alaga mi buen portugués, me pregunta a qué me dedico y dónde vivo en Portugal.

Me trata como hermano, dice que no tenemos tantas diferencias, que hablamos, según él, casi el mismo idioma y que hasta usamos el mismo color de shorts.

Me sigue contando de su viaje a Cancún, dice que la comida es lo mejor de mundo, que la gente es muy amable y que aunque no estuvo en otro lugar más que en el aeropuerto, el hotel y la playa, él cree que México es un país muy seguro y que todo lo que pasan en la tele es mentira.

Él no sabe que estoy aquí porque hace diez meses mataron a mis papás mientras los asaltaban en la carretera.

Les quitaron el carro, el primer carro que habían comprado sin ser de segunda o tercera mano.

Se lo quitaron y los mataron.

Los dejaron tirados en el monte.

Después de eso, mi hermana y yo decidimos vender la panadería que era de mis papás y dejar el país, por lo menos por un tiempo.

Ya también nos habían amenazado a nosotros.

Él insiste que somos muy parecidos.

Aquí he salido a pasear por la ciudad muchas veces a media noche cuando no consigo dormir y no me pasa nada, nadita.

Todo es muy seguro.

Este portugués dice que las once horas de vuelo de Lisboa a Cancún no son nada si uno se logra dormir.

Desearía que  esas once horas de vuelo, que el color de nuestros shorts y  que ese espacio de tres centímetros que aparece entre Portugal y México en la app MAPS de mi iPhone fueran de verdad  tan cercanos y parecidos.

 

Elías Domínguez Alipi es estudiante de octavo semestre en la licenciatura en Idiomas de la Universidad Juárez autónoma de Tabasco.

 

3 COMMENTS

  1. Me gustó mucho tu texto, me dieron ganas de llorar, hace unos días mataron a una amiga de mi novio en Costa Rica. He repetido esas palabras en mi mente C-O-S-T-A R-I-C-A . Suena tan lejano, tan incierto, es un país que no conozco y que ahora veo en mi mente como metafórico. Como si la violencia no cupiera en los mapas, en las fotos, en las palabras. Me gustaría que Costa Rica se llenara de otro significado en mi mente, pero la muerte es poderosa. Sin embargo, un país que no conozco no cabe en un aplicación, en una selfie, en un tuit.