Caducidad

4
967

Mientras escribo estas líneas, observo de reojo a ese peluche arrumbado y envanecido que encarna mi futuro: uno lúgubre donde la soledad y la deshonra definirán el acontecer de cada día. Como a Grimm, mi muñeco de felpa, me emplearán hasta el cansancio y en un tiempo futuro seré remplazado por alguien más apto. En su momento, desprecié sin contemplación alguna a Grimm por decrépito y acepté a brazos abiertos a la cautivadora tecnología; así, ¿Porqué la sociedad deberá tenerme compasión cuando sea un inútil?

“¡Déjate de niñerías y tira ese sucio vejestorio!”, expresa mi madre al contemplar a Grimm. Ella ignora que lo conservo a modo de recordatorio: algún día, ocuparé su lugar. No residiré en lo más alto de un librero sino olvidado en un luctuoso asilo, arrinconado por la necesidad en un trabajo indigno o atestado de maleza en un sombrío cementerio. La diferencia entre él y yo radicará en la consciencia: saberse olvidado y menospreciado.

Y si trazo estas palabras es porque aún tengo fuerzas para demandar las injusticias, todavía soy un miembro respetable de la sociedad e inclusive el mundo me es propio. Pero próximamente el planeta se convertirá en un lugar ajeno y nadie, en estos tiempos vertiginosos, tendrá la sutileza de explicármelo. Ahí sabré que la fecha impostergable de la caducidad ha llegado: a símil de una leche podrida o un viejo cacharro me desecharán en un basurero.

Nada podrá trastocar ese destino ya que esa obsesión contemporánea por la novedad y productividad desprecia al natural ciclo de la vida. Y al meditar esto me siento tan insignificante como Grimm: él fue concebido para divertir y en mi caso, para producir. Por esto, sugiero vivir el aquí y el ahora: comprar, gastar y desechar sin pesadumbre alguna ya que el porvenir es desalentador; uno peor el cual padece mi viejo amigo Grimm.

José Andrés Estrada Barrientos es estudiante de Historia en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán. Tiene 26 años

Foto de david Griffiths en Unsplash

4 COMMENTS