Hoy no tengo tiempo, mañana tampoco

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Hoy tampoco me dio tiempo de estudiar para el examen, tampoco para comer y llegué tarde a mi primera clase. Corrí de un lado a otro todo el bendito día, perdí cinco horas en el transporte público y dormí cuatro; en conclusión, no tuve tiempo para nada.

Siempre creo que no tengo tiempo, que el fin de semana me dura dos minutos mientras que la última clase parece durar tres horas. En ocasiones calculo todo en minutos; cinco para cepillarme el cabello, dos para abrir la puerta, cinco para revisar mi correo, veinte para bañarme, ni un minuto más o eso podría costarme veinte para llegar a cualquier lugar con el magnífico caos de nuestra ciudad.

Entonces ¿qué es el tiempo y por qué me preocupa? Muchas veces también creo que me oprime algo que no existe, como un fantasma, o que es algo que me invento como pretexto. ¿Existe o no existe? Otras veces parece que se me va de las manos como agua del río que fluye, o que cae grano a grano como la arena del reloj, pero en todo caso no creo que sea agua o arena.

No sé lo que es el tiempo ni cómo se mide. Lo bueno dura muy poco, y en lo malo cada segundo son cinco minutos, pero si de algo estoy segura es que se me escapan el tiempo y la juventud; mi juventud prefiere abandonarme, marcharse a dónde el tiempo la lleve y se vuelva eterna, donde no hay relojes ni segunderos, donde todo permanece inmutable.

A veces creo que tal vez, sólo tal vez, debo dejar de decir que no tengo tiempo y disfrutar cada instante que me ofrece la vida, tal vez deba regalarle unos segundos al cielo, incluso al pavimento, porque si el tiempo me lleva como a mi juventud ya no habrá tiempo de decir que no tengo tiempo.

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