La anatomía del tiempo

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El tiempo está hecho de pasado, o por lo menos de pequeños trozos de pasado, tal vez un río constante en que las circunstancias del universo fluyen sin retroceso, ni escapatoria. Las acciones presentes de los hombres que inmediatamente se convierten en pasado son la irrefutable prueba del tiempo construido a base de pasado. Con el presente transformado instantáneamente en memoria, el futuro cobra la forma de un pasado que aún no se ha vivido, que aún no es recordado.

Es preciso decir que del tiempo, o de sus pequeños trozos que nos embisten a cada instante, presente solo nos salva la memoria (he ahí la nostalgia de la vida, las arenas del universo fluyendo en forma de tiempo, con las arenas se nos va la vida).

Arenas tan crueles, tan despiadadas que no solo nos acercan a la muerte y nos alejan de la lozanía. Además, se burlan del universo mismo creando lo eterno, lo infinito, de lo que solo el tiempo es testigo. En donde la inevitable eternidad se nos abisma.

Flujos tan peculiares y misteriosos como espejos creadores de universos invocados por la memoria, de los pasados que pudieron ser y que no son. Instante eterno, fugaz encuentro de los hombres con el tiempo, tan ajeno como propio cada hombre se inventa en su memoria, se salva con su recuerdo porque en las circunstancias extrañas del envejecimiento los hombres llevan su pasado por delante.

Al fin y al cabo no hay peor condena que el tiempo y su infinita arena, incansable andante de curiosa afrenta, brío momento de la memoria eterna. Insondable caudo de perpetua espera, río dibujante las corrientes del Tigris, Nilo y Lena, tiránico recuerdo que la vida viene y va en pequeños trozos de eternidad.